Una vida de Obsesiones. Esta es mi historia con el TOC

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Una vida de Obsesiones. Esta es mi historia con el TOC

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      Registrado el: 21 julio 2014
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      Mi historia con la neurosis obsesiva  y la ansiedad comienza casi al principio de mis tiempos, o al menos así lo recuerdo yo.
      Actualmente la ansiedad y las obsesiones se han agudizado por algún motivo que me es completamente desconocido, hasta provocarme un malestar significativo, tristeza y ataques de pánico varias veces al día.
      He barajado la hipótesis de un cambio hormonal, debido a mi edad, y esto es la único que me planteo como posible, biologicamente hablando.

      Recuerdo que era muy pequeña cuando comencé a ir al colegio, y aquello me supuso una verdadera angustia. Imagino que como todos los niños, sentía terror a alejarme de mi madre, y los primeros días transcurrieron entre llantos y sollozos. Hasta ahí normal, o al menos muy habitual para una parte importante de la población. No lo considero ansiedad excesiva, ni patología de ningún tipo.
      Sin embargo, una vez superados los llantos y aceptada la nueva situación, la ansiedad me invadió. Temía lo que pudiera ocurrirme allí, temía equivocarme, provocar que me castigaran, que ocurriera algo verdaderamente “malo”. Así que cuando me despertaba y sabía que tenía que ir “allí”, el estómago se me cerraba, una bola de angustia me ardía en el abdomen, y terminaba vomitando cada día.
      No recuerdo ninguna situación de peligro real, ningún tipo de maltrato por parte de nadie, ningún tipo de abuso. Sólo recuerdo mi propia incertidumbre ante lo que pudiera pasar.
      El temor a hacer algo “malo” me bloqueaba. Recuerdo que por aquella época me obsesionaba la idea de que me encarcelaran. Mi prima mayor, en un juego de niñas, me había “leído” la mano , y me había dicho “terminarás en la cárcel”, y ese pensamiento me mortificaba. También el miedo a que me secuestraran.
      Debía tener unos 5 años, cuando hice por primera vez algo “verdaderamente malo”, cuyo recuerdo me persiguió durante años.
      Estaba en clase dibujando con  otras niñas, y por algún motivo que no recuerdo (no sé si hubo discusión o pelea) le clavé un lápiz a una compañera en la mano. Y ví sangre.
      Me angustié muchísimo. Salí corriendo del aula. Busqué a la profesora, le dije que me encontraba realmente mal…intenté huir…
      La cosa no debió haber sido muy seria, porque no vinieron médicos ni ambulancias ni nada, pero mi madre se enteró. Me sentó en la mesa de la cocina y me interrogó muy seriamente…”Hija, ¿qué hiciste? ¿qué pasó?”…
      Todo me daba vueltas, me mareaba….había hecho algo “grave”. Mi destino se cumplía. Mi maldad afloraba y todos se estaban dando cuenta.
      Me sentí avergonzada con aquella niña, durante años. Yo era la “mala” oficial en aquella relación.

      A los ocho hice otra cosa verdaderamente “mala”.
      Solíamos ir de montaña con un grupo de amigos de mis padres, que tenían niños como yo . Una de las niñas era hija de una señora que estaba intentando quedarse embarazada a toda costa y al parecer sufría abortos de repetición. En casa se había hablado del tema y mis padres me habían explicado que en un aborto, el bebé muere dentro del vientre de la madre.
      Días después, en una de nuestras reuniones, yo estaba jugando con los demás niños, y la hija de la señora de los abortos (que estaba nuevamente embarazada) me atacó, se rió de mí o me insultó, y yo respondí diciendole “Tu nuevo hermano se te va a morir”…
      La niña se puso a llorar, yo inmediatamente me arrepentí de la crueldad de mis palabras, y volvieron las nauseas, el malestar, el mareo…el miedo a lo que pudiera pasarme, a que se enteraran mis padres…a que nuevamente el mundo entero conociese mi verdadera naturaleza maligna.
      El terror a hacer cosas malas, me obsesionó durante mi primera infancia.
      Temía que alguna profesora me pillase hablando con algún compañero, que me riñesen, no hacer las cosas bien.
      En tercero de primaria se me atravesaron las divisiones…no había forma de comprenderlas. Me pusieron en el grupo de los retrasados (lo cual era “terrible”), mi padre intentaba ayudarme en casa , pero repetía “Hija, que burra eres”…
      Así que decidí que debía esforzarme más que los demás, puesto que las cosas no me “entraban”, y decidí también, que un cinco, un seis, un siete o un ocho en las notas no eran suficiente, pues eso significaba que había cosas que no me sabía, y yo debía saberlo todo.
      Sólo podía sacar sobresalientes. Y así fue.
      Si sacaba un 8, mi padre preguntaba sorprendido qué me había pasado. Pocas veces ocurría. No dejaba de estudiar y estudiar.
      A los 11 años empecé a obsesionarme con los virus y las enfermedades. Me dolía la cabeza casi todos los días y me sentía apesadumbrada por ello. Cuánto más lo pensaba más me dolía.
      Fue un mal año aquel de los 11. Se me torcieron muchísimo los dientes- tenía unos dientes “horrorosos” (según mis padres), y además descubrí que mi visión del ojo izquierdo era muy defectuosa. Ambliopía. Demasiado tarde para recuperarla.
      Por aquel entonces mi hermano enfermó de hepatitis A. Me separaron de él y me enviaron a vivir a casa de mi abuela materna durante un mes. Me pusieron brackets, y un aparato muy “aparatoso” (valga la redundancia) enganchado a ellos (una especie de “bozal”), las niñas con las que jugaba me llamaban “dientes podres”.
      Empecé a lavarme las manos muchas veces al día y a desinfectarlas con alcohol.
      Los virus estaban en todas partes.
      Me sentía desgraciada casi todo el tiempo. Defectuosa, torpe…era borde y poco comunicativa y parecía siempre enfadada.
      Un día mi madre me llamó “chiflada” por mi tema con los virus y bacterias, y me dijo “los virus también mueren, no se quedan por siempre en todas las superficies”.
      Eureka!!!. Aquello me liberó enormemente, ¿cómo no lo había pensado antes?¿cómo podía habérseme escapado algo así?. Se morían por si sólos!!!!
      Decidí que estaba demasiado desinformada, y que si me informaba lo suficiente sobre todas las cosas, el miedo a lo desconocido, a las enfermedades, a las desgracias, desparecería pues con conocimientos controlaría todos los flecos. No se me escaparía una.
      Así a los 11, empecé a leer todo lo que caía en mis manos.
      Por suerte  o por desgracia, hace 34 años no existía internet, y el acceso a la información era muchísimo más limitado que ahora. No obstante existían las enciclopedias, las revistas, los prospectos de los medicamentos, los periódicos….algunos artículos los releía muchas veces. Los libros de medicina, EL Medico en Casa, y similares, me interesaban sobre manera y me sabía de memoria los síntomas de las diversas enfermedades, de las carencias vitamínicas, recordaba las fotos de todos los tipos publicados de erupciones cutáneas etc…
      También leía por gusto literatura infantil del tipo Los Hollister, o Los Cinco, y me moría de envidia de las vidas tan fáciles y despreocupadas que llevaban sus protagonistas.
      En cuanto a mis propios juegos, pues pasaban por tener que fingir que era una más, y que no sabía nada del escorbuto, o de la deficiencia de vit D cuando no se metaboliza correctamente con la exposición solar…y además tenía que hacer de tripas corazón para embarcarme en juegos que pudieran suponer el contagio de alguna enfermedad que el resto de mis amigas, inconscientes e ignorantes, desconocía.
      Estaba convencida, por aquel entonces, que mis amigas estaban contentas y eran más felices que yo, por una única razón: eran unas ignorantes de tomo y lomo.
      Recuerdo una tarde muy feliz de primavera. Me dediqué a jugar y correr entre unos arbustos, con mis amigas. Hacía sol y  no me lavé las manos ni una sola vez. Me sentí tan liberada, tan contenta de poder ser una niña…sin preocupaciones, que desee que se repitiera muchas veces…pero no fue así.
      Entramos de lleno en la preadolescencia y las cosas se complicaron de un modo desagradable. No había forma de que pudieramos dejar de hablar de novios o de chicos.
      Me sentía culpable por mis padres, que pensaban que mis conversaciones con las amigas, eran inocentes, cuando no lo eran en realidad.
      Tan despreocupadas y descerebradas como habían sido para comer el bocadillo sin lavarse las manos en la infancia, lo eran ahora para besarse con un chico sin el menor remordimiento.
      ¿Cómo encajar ahí?. Como pude.
      Recuerdo una excursión de fin de curso en la que yo tenía trece años. Tuvimos que jugar a “verdad o consecuencia”. Si decías “verdad”, alguien te preguntaba algo (siempre era sobre quien te gustaba), si decías “consecuencia”, lo normal era que te mandasen besar a alguien (en aquella época, sólo cándidos besos en cara o frente). Un chico que me gustaba dijo “consecuencia” y le mandaron darme trece besos, nada más y nada menos que trece!!!!!. Lo hizo. Me besó en las mejillas, en la frente, y hasta en el cuello.
      Fin de la historia.
      Cuando me bajé del autobús y ví a mis padres esperándome, el mundo de repente se me vino encima y me sentí horriblemente culpable. Me castigué a mí misma por haberme dejado llevar por aquel juego estúpido que me había ensuciado sin remedio. Recordaba los besos del chico y me ponía enferma de ansiedad…apenas dormí aquella noche.
      A la mañana siguiente me hice la firme promesa de expiar mi “culpa”. De aquel momento en adelante mi comportamiento con los chicos sería absolutamente impecable. No volvería a hablar de esos temas , ni a mencionar si alguno de ellos me gustaba lo más mínimo, y me dedicaría exclusivamente a estudiar y leer.
      La excursión había sido en Junio. En navidades, la idea obsesiva del recuerdo de aquel día, seguía atormentándome.
      Y llegó la pubertad…y nada era cómo decían los libros de medicina. Estaba segura de que algo iba mal.
      Esperaba como agua de mayo el campamento de verano y llegó, justo en el mismo momento que mi primera menstruación de “verdad” (lo demás habían sido amagos incomprensibles para mí). Tenía 14 años, y me pasé las dos semanas completas del campamento, sangrando sin parar.
      Un chico se me declaró, para acabar de estropearlo todo. En vez de contestarle algo coherente, me eché a llorar.
      La entrada en la adolescencia supuso una sucesión de altibajos anímicos.
      Hubo años malos, y otros algo mejores.
      MI primer psicólogo también. Mis padres me encontraban “rara”  y excesivamente angustiada por los estudios, así que me enviaron a este señor que me enseñó ejercicios de relajación.
      Me obsesionó durante algún tiempo el miedo a estar embarazada, sin haber mediado, por supuesto, contacto alguno con varón. Tipo, la inmaculada concepción. Ser un caso raro de la naturaleza que se autoembaraza, y se mete en un lío del quince, porque obviamente nadie la cree.
      A los 15 asistí a un campamento en calidad de monitora para niños pequeños.
      Fue una experiencia fantástica el cuidar de aquellos pequeños de 8 y 9 años, de ser como su mamá, y al principio me fue estupendamente.
      Lamentablemente las cosas se cruzaron nuevamente. Compartí estancia con algunos antiguos profesores míos, uno de los cuales me tiró los tejos descaradamente, dejándome aturdida, confundida y sintiéndome terriblemente culpable.
      Yo tenía 15 años, el unos 30, y me dijo que me quería, que siempre me esperaría, que sentía algo muy especial por mí, que quizás estaba enamorado. Me sentaba en su regazo…”¿me dejas que te diga unas tonterías?? ¿me dejas que te haga unas tonterías??” y después de algo que yo le dije (no recuerdo que, pero estoy segura de que era una broma completamente inocente con la que intentaba escapar como fuera de aquella situación tan embarazosa), me miró muy serio y me dijo “Niña, deja ese plan, porque voy a terminar haciendo algo de lo que te arrepentirás”…
      Uff, menuda frase. Material suficiente para muchos meses de obsesión. ¿Qué plan?
      ¿Qué quería hacerme?…¿qué había hecho yo?…
      Me fui de aquel campamento completamente confundida y fuera de mi.
      La regla tardó varios meses en venirme y me obsesioné pensando en aquella frase “¿Hacer qué?”. Pensaba, “¿me habrá hecho algo este hombre y no me habré enterado porque estaba dormida? ¿estaré embarazada?”.
      Por supuesto aquel hombre nunca me había tocado, no fisicamente, pero mentalmente me había aturdido terriblemente. Yo era una cría de 15 años…el un señor de 30?, quizás más.
      Sólo se lo conté a una amiga muy íntima, un año mayor que yo. Y ella dijo: “Ah, contigo también???” …¿¿también…qué?…Por supuesto un secreto más ante mis padres. Y uno de los gordos, gordos.
      Nadie me creería, nadie. Mi amiga me lo advirtió.
      No volví a verle jamás.

      En los años siguientes mis niveles de ansiedad se redujeron considerablemente. Hubo incluso un año en el que me  sentí segura de mi misma, tranquila, feliz… Tenía 17 años.
      Todo iba bien.
      A los 18 , las inseguridades regresaron. Me obsesioné con la idea de tener celulitis.
      Me obsesioné con mi cuerpo.
      Leía todas las revistas sobre el tema que caían en mis manos.
      Quería tener dinero para poder comprar todas las cremas que hacían que los muslos fueran perfectos.
      Me maté a hacer ejercicio. Dejé de comer.
      Una intoxicación alimentaria justo en esa época, me llevo derechita al hospital del que salí cumplidos los 19, con 39 kilos de peso.
      En la Facultad, cumplidos los 20, un persistente y desagradable brote de acné me llevó a la consulta de varios dermatólogos. Ninguno de los cuales parecía conocer la solución.
      Hice todo lo que me pidieron. Tomé píldoras anticonceptivas, antibióticos, usé ácidos.
      Nada. La idea de estar tomando píldoras anticonceptivas y contaminando mi cuerpo con hormonas también me obsesionó.
      Por el tema de la píldora, visité por vez primera a un ginecólogo que me pidió unos análisis de sangre. Al ser un ginecólogo privado, me envió a un laboratorio de análisis también privado.
      Como chica obediente, hice lo que me pidieron. Acudí a primera hora, en ayunas, y mientras me pinchaba olvidé mirar cómo lo hacían. De repente me entró la duda de si habrían usado una aguja nueva. Un ataque de pánico y culpa.
      ¿Por qué miré a otro lado? ¿prefiero coger el sida que enfrentarme a una aguja?…
      Me angustié muchísimo y busqué toda la información posible sobre el SIDA. Cuanto más leía más me angustiaba.
      ¿Cómo podía estar segura de que la aguja era nueva y de que con absoluta seguridad no me habían contagiado SIDA?.
      Ya no podía volver el tiempo atrás. La duda estaba sembrada. La incertidumbre me obsesionaba.
      Esta obsesión me duró muuucho tiempo. Fue de las peores. Años, diría yo.
      Cada vez que pasaba por delante del laboratorio mi cuerpo respondía con palpitaciones, sudoraciones…si escuchaba o leía la palabra SIDA, aguja, contagio…incluso “laboratorio”, tenía un ataque de ansiedad.
      Asumí que seguramente tenía SIDA, y me analizaba en busca de síntomas.
      A menudo pensaba “¡Qué feliz podría ser si no fuera por el dichoso SIDA!”,¡ qué feliz sería si alguien me asegurase al 100% que no tengo SIDA!”.
      Plantearme hacer un análisis para verificarlo me paralizaba de terror y de vergüenza, así que nunca lo hice.
      Con los años, y sobre todo, con la llegada de nuevas obsesiones, las antiguas van caducando.
      Unas se superponen a otras. El caso es no dejarte estar tranquila, no dejarte vivir…
      Me casé, me quedé embarazada de mi hija mayor, y por supuesto los embarazos, ambos, fueron un foco de angustia casi insoportable.
      En el primer trimestre del primer embarazo ya había leído todo sobre placenta previa, abortos, malformaciones, toxoplasma, citomegalovirus y todas y cada una de las  cosas que puede afectar a un embarazo.
      Lo bueno fue que me hicieron las pruebas de VIH, y salió negativo (como era de esperar)…
      Una ginecóloga nefasta no me advirtió de mi falta de inmunidad a la toxoplasmosis, y sin saberlo, comí chorizo casero.
      Al enterarme quise morir.
      Y luego vinieron los detectores de metales. ¿Habría pasado por alguno sin darme cuenta, en un banco, por ejemplo, en un museo?…Había entrado en bancos que tenían doble puerta y pitaban…¿serían detectores de metales?…¿un campo electromagnético al que expuse a mi bebé?…¿cómo podía ser tan inconsciente?…MI bebé estaba condenado a desarrollar algún tipo de cáncer…una leucemia seguramente.
      Leí todo sobre Detectores de metales.
      Cuando nació mi hija, me preocupé mucho. No sabía si sería capaz de hacerla sobrevivir, de que no muriera…
      Quizás si sobrevivía al detector de metales, podría morir de una infección…
      No pensaba en otra cosa más que en ella…en esterilizar todo, en revisar sus pañales en busca de alguna mala señal, en pesarla, en mirarle los ojos, en encontrar el tipo idóneo de alimento, de agua, de biberón…
      Todo era muy angustioso.
      El segundo embarazo superó con creces todos los niveles de angustia jamás antes experimentados.
      Mi segundo hijo si que estaba condenado. Le habían detectado una pequeña malformación renal, y como siempre ocurre con la medicina, nada era seguro al cien por cien. Podía ser algo o no ser nada, podía tener consecuencias o no tenerlas…es decir, la peor situación imaginable para mi cabeza.
      Y luego, al nacimiento, pruebas, y pruebas. Algunas de ellas implicaban radiación, y yo ya sufría fobia a las radiaciones hacía muchos años. Simplemente no soportaba que  les hicieran una radiografía…no podía soportarlo. Para mí, era muerte segura a largo plazo.
      Esta época, fue la peor, sin duda.
      La angustia pudo conmigo y tiré la toalla. Ya no podía soportarlo más.
      Empecé a fantasear con la idea de morir.
      Era la única situación placentera que podía imaginar, la única salida de aquella cárcel en la que vivía…de aquella ansiedad que me comía por dentro, de aquella sensación de naúsea constante, de infelicidad….
      Pensé en dejarme atropellar por un camión…lanzarme en el coche por algún acantilado…
      Pero ¿y mis hijos?..¿cómo iba a hacerles eso…además de todo lo que les había hecho ya..de sus respectivas condenas por mi culpa, por mi gran culpa????.
      No era capaz de hacer las cosas bien. Todo se torcía siempre.

      A los 35, tras una época especialmente difícil, acudí a una psicóloga, e hice psicoterapia durante un año entero.
      Fue muy bien. Realmente bien.
      Me diagnosticó un TOC, una depresión, y  ansiedad generalizada.
      Quisieron medicarme. Me negué.
      Pero cumplí la psicoterapia a rajatabla. Hice relajaciones, y todos y cada uno de los ejercicios aplicables a cada pensamiento distorsionado, a cada catastrofismo, a cada idea negativa.

      Hace algo más de un año, sin motivo aparente, mis niveles de ansiedad y tristeza volvieron a dispararse (al cumplir los 44).
      En principio pensé que podría ser un deficit de vit D (un invierno duro, sin apenas sol), y me autoreceté una dosis diaria.
      Quizás falta de ejercicio, y me apunté a un gimnasio.
      Releí todos mis apuntes sobre pensamiento distorsionado y ansiedad.
      Acudí al médico.
      Me recetó ansiolíticos. Los tomé por vez primera, y redujeron  mi nivel de ansiedad, pero aumentaron el de tristeza.
      A partir de ahí, la cosa fue empeorando consecuencia también de varias situaciones estresantes reales relativas a la salud de mis hijos, que afortunadamente se resolvieron.
      A día de hoy, estoy completamente descontrolada. Angustiada la mayor parte del día, y con pensamientos obsesivos muy recurrentes.
      He indagado por mi cuenta y no sé como encajar mi caso.
      Soy obsesiva , pero no compulsiva, más bien “rumiante”, las cosas me dan vueltas todo el tiempo.
      He empezado a notar desconexión de la realidad, despiste extremo…
      Tengo que comprobar todo, no por compulsión, sino por el riesgo de desconexión con el que vivo.
      No recuerdo bien las cosas, no encuentro nada…estoy confusa, tensa.
      Muy cansada.
      La preocupación es permanente. Apenas hay momentos de paz…todo es angustia, preocupación, y recurrencia constante de obsesiones y negativismo. Llevo encima una sensación constante de catástrofe inminente.

      Leo Vitali
      SuperAdmin
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        Bueno Nuria
        Ahora que leo toda tu historia, empiezo a sospechar que puede ser que no tengas Trastorno Obsesivo Compulsivo, sino otro Trastorno diferente que se llama Trastorno de Ansiedad Generalizada
        Te recomiendo que leas al respecto a ver hasta que punto te sientes identificada
        Puedes empezar por aqui:
        http://www.forotoc.com/otros-trastornos-de-ansiedad/primeros-pasos-con-un-tag/

        Uno de los elementos del TAG que hace que la diagnosis sea dificil con respecto a un TOC es, que los dos suelen ser Trastornos de Ansiedad. En ambos casos suelen haber Obsesiones (que causan la Ansiedad constante) y Compulsiones regularmente (para aplacar esas Obsesiones, generalmente en todos los TOC incluso los que llaman Trastornos Obsesivos Puros, en algun momento tambien se presentan algun tipo de Compulsion, como la de comprobación)

        Pero lo mas importante que hay en el TAG es el estado de ansiedad constante, desde que te levantas hasta que te acuestas. Los TOC en cambio no suelen sufrir eso tan acentuado (en los tests para analizar el TOC, como suele ser el YBOCS, el resultado suele ser en casos mas severos del orden del 50% del día en un pico alto de ansiedad, frente al 100% de los TAG)

        Por lo que leo este es tu caso: Ansiedad constante que no te deja vivir. Existen terapias especificas para este tipo de trastorno, dado que la Exposición y Prevención de Respuesta, tratamiento especifico del TOC, aunque tiene su utilidad en el TAG, no es 100% especifico, si no se combina con otro tipo de terapias y tecnicas simultaneamente. De hecho puedo decirte que en el caso del TAG el Neurofeedback si que se ha reportado como muy altamente efectivo, que comparado con el TOC, es algo menos efectivo

        Ya que veo que te gusta leer, e investigar por tu cuenta (cosas, que por cierto no deberias estar investigando porque alimentan tu TOC a lo loco), inviestiga en estos temas que si pueden servirte de muchisimo mas provecho vital.

        Es un error capital lanzar teorías antes de poseer datos. Por naturaleza uno comienza a alterar los hechos para encajarlos en las teorías, en lugar encajar las teorías con los hechos. Sir Arthur Conan Doyle

        Comunicativa
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          Pues muchísimas gracias por leer mi rollo, y orientarme. La verdad es que estoy dando palos de ciego, y creo que mi psicóloga también.
          Mi médico de cabecera y una psiquiatra a la que me envió, mantienen que la medicación es imprescindible.
          Soy bastante contraria a ella, en principio, pero ya estoy empezando a dudar.
          Mi médico de cabecera sostiene que hay dentro de mí un desequilibrio bioquímico, y que ya puedo hacer toda la terapia que quiera, que es como si fuera diabética, es decir, que necesito mi “insulina”.
          Aún no he leído mucho del foro y no  sé cual es vuestra opinión al respecto.
          Voy a empezar por leer sobre el TAG, como me recomiendas.
          Muchas gracias, nuevamente.

          Leo Vitali
          SuperAdmin
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            Por alguna razon, en España, excepto en algunos puntos del mundo, la psiquiatria y la psicologia no van de la mano. Por eso las teorias se sostienen de forma totalmente independiente sin sentido alguno
            Por un lado esta todo el apoyo a los psicofarmacos, desequilibrios quimicos, etc etc, y por otro lado un enorme mundo de tejemanejes con terapias infinitas y sacadinero

            En una situación tan bizarra como la actual, terapias punteras y medicamientos que echan una mano circunstancialmente, quedan relegados a un segundo o tercer plano.

            La conclusion mia: Hay que buscarse uno mismo las papas como suele decirse.
            En este sentido, aunque si es cierto que el cuerpo y la mente son uno, y que desajustes a nivel fisico pueden recupercutir a nivel mental y viceversa, el “nucleo” de tus problemas dudo que tenga que ver con un desequilibrio bioquimico (puede ser una merma, pero no un tema resolutivo, como asegura tu medico con el paralelismo de la insulina)

            Por eso, te recomiendo que leas en este foro, especialmente sobre el tema del TAG. Hay algun libro recomendado en el enlace que te puse, pero como este foro es sobre el TOC principalmente, toda la información adicional que encuentras, puedes reportarla y le echamos un vistazo en el apartado de “Otros Trastornos de Ansiedad”. Si te ves identificada en toda la sintomatologia del TAG, tambien puedes comentarnos que opinas al respecto.

            Asi que lo dicho, lee y vamos hablando

            Es un error capital lanzar teorías antes de poseer datos. Por naturaleza uno comienza a alterar los hechos para encajarlos en las teorías, en lugar encajar las teorías con los hechos. Sir Arthur Conan Doyle

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